#¡VEN,
RUAH DE DIOS!
El
ciclo de la historia nos ha jugado la misma pasada temeraria que los discípulos
experimentaron, encerrándonos por miedo
y precaución. Desde nuestras ventanas
hemos visto la vida rebrotar. Los vecinos reconocerse. Las familias
reencontrarse. No sabemos qué ha sido más intenso, si la vida en común con
aquellos con los que nos tocó confinarnos, o el movimiento interno que ha
provocado nuestra fragilidad y nuestra esperanza. Huéspedes y hospedadores en
la misma medida.
A
todos nos ha entrelazado una experiencia común y, curiosamente, nos ha tocado
el corazón generando una experiencia personal. Hemos rescatado de nuestras
casas la sensación de refugio, de expansión, de creatividad, de hogar. Caminando
juntos en el temor, hemos encontrado la fuerza de la unión y de la intercesión.
No hay amor verdadero que no sea valiente. Nada pasa al azar. Y es que la
promesa del Espíritu aletea en nuestra historia para convertirla en Historia de
Salvación. Remueve por dentro, nos lanza al horizonte de la confianza, conforta
e inspira, nos reconoce y entreteje para que la no-suerte de tantos toque
nuestros corazones individualistas y nos comprometa a mirar, hacer y ser lo que
Dios mismo haría a través nuestro desde Su Amor.
¡Ven,
Ruah de Dios! ¡Ven, Espíritu Divino! ¡Aliento de todo lo que existe! ¡Aire que
dignifica y purifica! Arrastra nuestras dolencias y nuestros egoísmos, haznos
experimentar en nuestra finitud la íntima alegría que otorga Tu expansivo Amor
sin límites. Danos tu mirar, tu obrar.
Envía
tus Dones al corazón de tus fieles según precisen, pues solo Tú sabes lo que es
bueno para nosotros. Fortalece nuestros puntos débiles para convertirnos en
Testigos vivos de Tu Misericordia. Refresca y sacia nuestro corazón con el Amor
de Dios Padre-Madre que nos prometió el Hijo Amado. Muéstranos los verdaderos
senderos de Justicia y Perdón.
Al
calor de la Esperanza, ¡aliéntanos, amárranos, impúlsanos, consuélanos, estremécenos,
aconséjanos, libéranos, levántanos, estréchanos en tus brazos! Haznos comprender y experimentar esa
sensibilidad de ver lo bello en lo pequeño y lo cotidiano. Infúndenos ese
arrojo que hizo que los discípulos salieran de su encierro, aun sin comprender,
con la serena confianza de quien sabe a ciencia cierta que ha encontrado el
mayor tesoro.
Y una vez más en el contar de los años, nos
harás salir de nuestros encierros, como Testigos, con el alma llena de
horizontes nuevos por transitar. Que hoy, como ayer, será un nuevo Pentecostés.
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