sábado, 30 de mayo de 2020

#¡VEN, RUAH DE DIOS!



#¡VEN, RUAH DE DIOS!

El ciclo de la historia nos ha jugado la misma pasada temeraria que los discípulos experimentaron,  encerrándonos por miedo y precaución.  Desde nuestras ventanas hemos visto la vida rebrotar. Los vecinos reconocerse. Las familias reencontrarse. No sabemos qué ha sido más intenso, si la vida en común con aquellos con los que nos tocó confinarnos, o el movimiento interno que ha provocado nuestra fragilidad y nuestra esperanza. Huéspedes y hospedadores en la misma medida.

A todos nos ha entrelazado una experiencia común y, curiosamente, nos ha tocado el corazón generando una experiencia personal. Hemos rescatado de nuestras casas la sensación de refugio, de expansión, de creatividad, de hogar. Caminando juntos en el temor, hemos encontrado la fuerza de la unión y de la intercesión. No hay amor verdadero que no sea valiente. Nada pasa al azar. Y es que la promesa del Espíritu aletea en nuestra historia para convertirla en Historia de Salvación. Remueve por dentro, nos lanza al horizonte de la confianza, conforta e inspira, nos reconoce y entreteje para que la no-suerte de tantos toque nuestros corazones individualistas y nos comprometa a mirar, hacer y ser lo que Dios mismo haría a través nuestro desde Su Amor.

¡Ven, Ruah de Dios!  ¡Ven, Espíritu Divino!  ¡Aliento de todo lo que existe! ¡Aire que dignifica y purifica! Arrastra nuestras dolencias y nuestros egoísmos, haznos experimentar en nuestra finitud la íntima alegría que otorga Tu expansivo Amor sin límites. Danos tu mirar, tu obrar.

Envía tus Dones al corazón de tus fieles según precisen, pues solo Tú sabes lo que es bueno para nosotros. Fortalece nuestros puntos débiles para convertirnos en Testigos vivos de Tu Misericordia. Refresca y sacia nuestro corazón con el Amor de Dios Padre-Madre que nos prometió el Hijo Amado. Muéstranos los verdaderos senderos de Justicia y Perdón.

Al calor de la Esperanza, ¡aliéntanos, amárranos, impúlsanos, consuélanos, estremécenos, aconséjanos, libéranos, levántanos, estréchanos en tus brazos!  Haznos comprender y experimentar esa sensibilidad de ver lo bello en lo pequeño y lo cotidiano. Infúndenos ese arrojo que hizo que los discípulos salieran de su encierro, aun sin comprender, con la serena confianza de quien sabe a ciencia cierta que ha encontrado el mayor tesoro.

 Y una vez más en el contar de los años, nos harás salir de nuestros encierros, como Testigos, con el alma llena de horizontes nuevos por transitar. Que hoy, como ayer, será un nuevo Pentecostés.


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