Cómo no entender a
San Francisco, y su amor fraternal hacia todos los elementos de la naturaleza.
Recordamos una conocida leyenda, no por ello menos hermosa, y que, a través de estos,
sus hermanos, nos recuerdan a nuestro San Francisco.
LEYENDA DEL SOL Y LA LUNA. EL ECLIPSE.
Cuando el Sol y la Luna se encontraron por primera vez, se apasionaron perdidamente y a partir de ahí comenzaron a vivir un gran amor.
Sucede que el mundo aún no existía y
el día que Dios decidió crearlo, les dio entonces un toque final... ¡El brillo!
Quedó decidido también que el Sol
iluminaría el día y que la Luna iluminaría la noche, siendo así, estarían
obligados a vivir separados.
Les invadió una gran tristeza y cuando
se dieron cuenta de que nunca más se encontrarían, la Luna fue quedándose cada
vez más angustiada. A pesar del brillo dado por Dios, fue tornándose solitaria.
El Sol, a su vez, había ganado un
título de nobleza "Astro Rey", pero eso tampoco le hizo feliz.
Dios, viendo esto, les llamó y les
explicó: - No debéis estar tristes, ambos ahora poseéis un brillo propio. Tú,
Luna, iluminarás las noches frías y calientes, encantarás a los enamorados y
serás frecuentemente protagonista de hermosas poesías. En cuanto a ti, Sol,
sustentarás ese título porque serás el más importante de los astros, iluminarás
la tierra durante el día, proporcionarás calor al ser humano y tu simple
presencia hará a las personas más felices.
La Luna se entristeció mucho más con
su terrible destino y lloró amargamente... y el Sol, al verla sufrir tanto,
decidió que no podría dejar abatirse más, ya que tendría que darle fuerzas y
ayudarle a aceptar lo que Dios había decidido.
Aun así, su preocupación era tan
grande que resolvió hacer un pedido especial a Él: - Señor, ayuda a la Luna,
por favor, es más frágil que yo, no soportará la soledad...
Y Dios... en su inmensa bondad... creó
entonces las estrellas para hacer compañía a la Luna.
La Luna siempre que está muy triste
recurre a las estrellas, que hacen de todo para consolarla, pero casi nunca lo
consiguen.
Hoy, ambos viven así... separados, el
Sol finge que es feliz, y la Luna no consigue disimular su tristeza.
El Sol arde de pasión por la Luna y
ella vive en las tinieblas de su añoranza. Dicen que la orden de Dios era que
la Luna debería de ser siempre llena y luminosa, pero no lo consiguió.... tiene
fases.
Cuando es feliz, consigue ser Llena,
pero cuando es infeliz es menguante y cuando es menguante, ni siquiera es
posible apreciar su brillo.
Luna y Sol siguen su destino. Él,
solitario, pero fuerte; ella, acompañada de estrellas, pero débil.
Los hombres intentan, constantemente,
conquistarla, como si eso fuese posible. Algunos han ido incluso hasta ella,
pero han vuelto siempre solos. Nadie jamás consiguió traerla hasta la tierra,
nadie, realmente, consiguió conquistarla, por más que lo intentaron.
Sucede que Dios decidió que ningún
amor en este mundo fuese del todo imposible, ni siquiera el de la Luna y el del
Sol... Fue entonces que Él creó el eclipse.
Hoy Sol y Luna viven esperando ese instante, esos raros momentos que les fueron concedidos, y que tanto cuesta sucedan.
Cuando mires al cielo, a partir de
ahora, y veas que el Sol cubre la Luna, es porque se acuesta sobre ella y
comienzan a amarse. Es a ese acto de amor al que se le dio el nombre de
eclipse.
Es importante recordar que el brillo
de su éxtasis es tan grande que se aconseja no mirar al cielo en ese momento,
tus ojos pueden cegarse al ver tanto amor.
Tu ya sabías que en la tierra existían
Sol y Luna... y también que existe el eclipse.... pero esta es la parte de la
historia que tu no conocías.
Versión
de: Mirta Rodríguez
Departamento de Pastoral. Colegio Montpellier
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