“Tenéis que nacer de nuevo”; el
viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabemos de dónde viene ni
adónde va. Así es todo lo que ha nacido del Espíritu». Jn 3, 8
Revístete del Amor de Dios
Mis ojos... los vestiré de bondad,
para mirar a todos con cariño.
Mis manos... las vestiré de paz
para dar el perdón generosamente.
Mis labios... los vestiré de sonrisa,
para ofrecer alegría a lo largo de la jornada.
Mis pies... los vestiré de fortaleza,
para dar pasos hacia el encuentro.
En mis dedos pondré tu alianza, para vivir siempre tu amor.
Mi pecho... lo cubriré con la coraza de la fe,
para seguir sintiendo tu mano protectora.
Mi cuerpo y mi corazón,
los vestiré de oración,
para volverme hacia ti,
Señor, mi amigo.
No lo puedo callar
¡No me pidas
callar!
No podría obedecerte.
Tu perdón me ha quemado como un fuego
y lo tengo que hablar, siempre y a todos,
aunque me lo prohíbas, o, aunque no me lo crean.
Si por eso, me echan de esta tierra, saldré hablando de Ti.
Diré que eres de todos, siempre el mismo,
que tu amor no depende de nosotros,
que nos amas igual, aunque no amemos;
nuestro título ante Ti es la pobreza de no amar.
Que eres voz que llama siempre a cada puerta,
con nombre exacto, inconfundible;
que no pides nada, das y esperas
el tiempo que haga falta;
que no fuerzas los ritmos de los hombres,
que no cansas, no te cansas,
y que tu amor es nuevo cada día;
que te dolemos todos, cuando no te buscamos.
Diré muchas más cosas:
que basta con mirarte en cualquier sitio,
porque todos son tuyos, para ser otra cosa;
simplemente para ser persona.
Señor, que, chispa a chispa,
no me canse de prender este fuego!
Ignacio Iglesias, sj.
No podría obedecerte.
Tu perdón me ha quemado como un fuego
y lo tengo que hablar, siempre y a todos,
aunque me lo prohíbas, o, aunque no me lo crean.
Si por eso, me echan de esta tierra, saldré hablando de Ti.
Diré que eres de todos, siempre el mismo,
que tu amor no depende de nosotros,
que nos amas igual, aunque no amemos;
nuestro título ante Ti es la pobreza de no amar.
Que eres voz que llama siempre a cada puerta,
con nombre exacto, inconfundible;
que no pides nada, das y esperas
el tiempo que haga falta;
que no fuerzas los ritmos de los hombres,
que no cansas, no te cansas,
y que tu amor es nuevo cada día;
que te dolemos todos, cuando no te buscamos.
Diré muchas más cosas:
que basta con mirarte en cualquier sitio,
porque todos son tuyos, para ser otra cosa;
simplemente para ser persona.
Señor, que, chispa a chispa,
no me canse de prender este fuego!
Ignacio Iglesias, sj.
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