lunes, 29 de junio de 2020

Amansar las fieras salvajes




Los valores sobre los que fundamentamos nuestras vidas son los que determinan, en gran medida, su trayectoria. Elegir bien pone a nuestra disposición excelentes mapas de ruta que dirigen a buenos puertos.

Uno de los valores más importantes es la mansedumbre.  El manso, etimológicamente, está acostumbrado a la mano. Nos sugiere tranquilidad, calma y serenidad. El manso no se deja secuestrar por la ira ni arrebatar por la cólera. No da cobijo a la agresividad. Su docilidad nos habla de un espíritu pacífico, de suavidad en el carácter y en el trato.

Actuar con mansedumbre implica humildad y un fuerte autocontrol. Supone una apuesta por la resolución de cualquier conflicto sin recurrir a la violencia. Solamente se llega a esta convicción y vivencia desde una gran fuerza interior y autodominio. Cuando el potro salvaje del “ego” se desboca, la humildad es una de las bridas más adecuadas para su doma (“amansar las fieras salvajes”). Solo los grandes místicos, con sus dificultades, son capaces de conseguir que su ego esté acostumbrado a la mano, a que coma de su mano.

La mansedumbre tiene que ver con el desarrollo del autodominio, con la moderación, con la templanza. No da paso al re-sentimiento, no deja que se vuelva a sentir el enfado, el pesar, el enojo. Requiere equilibrio.

 Espiritualmente es considerado como uno de los doce dones del Espíritu Santo. Pertenece al testamento bien-aventurado de Jesús: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad” (Mt 5, 5) y nos lo propone como lección para el aprendizaje: “Aprended de mí que soy manso y humilde corazón” (Mt 11,29).

Lorenzo Sánchez. Colegio Montpellier

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