domingo, 7 de junio de 2020

Bienaventuranzas de la solidaridad



Felices los que siguen al Señor
Por el camino del buen Samaritano.
Los que se atreven a caminar después de sus pasos,
a superar las dificultades del camino.
A vencer los cansancios de la marcha.
Los que al caminar van trazando sendas nuevas
para que otros sigan, entusiasmados,
y continúen la obra del Señor.

Los que, atentos y apresados,
cambian su ruta para salir a la búsqueda
del Señor vivo en el que padece,
tan presente en estos tiempos,
tan próximo para algunos,
para otros tan alejado.

Felices los que dan la vida por los otros.
Los que trabajan intensamente
por la justicia anhelada.
Los que construyen el Reino
desde lugares remotos.
Los que, anónimos y sin primeras páginas,
entregan su vida para que otros vivan más y mejor.

Los que con su diario sacrificio
dejan huellas de humanidad nueva
en un mundo marcado por el egoísmo neoliberal
del "dios-mercado".

Felices todos los que trabajan por los pobres.
Desde los pobres, al lado de los pobres.
Con corazón de pobre.
Contemplando diariamente
la hermana muerte, temprana,
injusta, dolorosa,
en los rostros de los niños olvidados,
sin salud, ni educación, ni juegos.

Felices los que viven solidarios,
dejando el asfalto limpio y resplandeciente,
para caminar las sendas pedregosas, polvorientas
de los que no cuentan
en los nombres o estadísticas de los ministerios de turno.
Felices los que quieren al hermano concreto.
Los que no se van con palabras
sino que muestran su amor verdadero
en obras de vida, de compañía y de entrega sincera.

Felices los que enseñan,
los que intentan que todos aprendan,
sin distinciones de color, piel o dinero.
Felices los que comparten sus bienes
para vivir como hermanos
y demostrarlo en la práctica.
Los que no guardan con egoísmo,
sino que brindan y comparten.

Felices los que caminan juntos,
en la búsqueda comunitaria
del Reino de Vida Nueva
y Fraternidad Realizada.
Los que se ayudan en los momentos buenos y malos,
los que aprenden que pueden más dos juntos que uno solo.

Felices todos los que piensan primero
en el hermano y que encuentran su alegría
y el gozo y el sentido de la vida,
en trabajar por los otros y por el Reino,
y por el Señor vivo entre nosotros:
Olvidado, marginado,
solo y abandonado
en los rostros de jóvenes,
de indígenas, de ancianos,
de mujeres solas, de desocupados,
y de tantos otros.

Felices, señores,
- y alzo la voz para que lo escuchen todos -
los que viven
el mandamiento primero,
que es el amor a Dios en el hermano.
Felices los que encuentran
que este amor hoy se revela en un camino:
ser solidario.

Día de los océanos

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