Hace más de 50 años (1969) se publicaba una
canción cuya letra decía: “De qué color
es la piel de Dios? ¿De qué color es la piel de Dios?, dije negra, amarilla,
roja y blanca es, todos son iguales a los ojos de Dios”. Observando lo que
está sucediendo a nivel social en nuestro mundo, podemos deducir que esa
igualdad “a los ojos de Dios“ no se
refleja en la mirada de los ojos humanos.
Tendrían que resonar en nuestra mente y en
nuestro corazón esas palabras que se han extendido como pólvora: “Por favor. Su rodilla en mi cuello ¡No
puedo respirar!”. No olvidemos que nada
de lo humano nos es ajeno y lo que le suceda a cada uno de los seres humanos a
nosotros nos sucede. Abramos los ojos y despertemos nuestro corazón. Recordemos
que, con el inicio de la pandemia del COVID-19, era algo que pasaba en Wuhan,
pero no nos tocaba, estaba lejos. La propia realidad nos ha evidenciado este
erróneo pensamiento. Vivimos en un mundo globalizado y, ¡cómo no!, también ha
llegado a nosotros dejando sus mortales consecuencias.
Dicho lo dicho, lo que está sucediendo en
Minneapolis, no es algo que pasa en EEUU. Hay un virus terriblemente más mortal
llamado “inhumanidad”. Lo sucedido es una barbarie, definida en el diccionario
como “actitud de la persona o grupo que actúan fuera de las normas de cultura, en
especial de carácter ético, y son salvajes, crueles o faltos de compasión hacia
la vida o la dignidad de los demás.” Nos empecinamos tozudamente en que
cada día siga siendo viernes santo.
Desde una postura creyente, todo lo que sucede
a los seres humanos le está afectando en las entrañas al Dios amoroso y
compasivo. ¿De qué color es la riqueza de la diversidad humana? Unidad y
diversidad no son contradictorias, al menos en Dios, uno y trino y,
musicalmente, también multicolor.
Es una invitación a seguir cultivado
nuestro ser humano compasivo. Sigue vigente el gran reto de la fraternidad
universal.
Lorenzo Sánchez. Colegio Montpellier
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