Os ofrecemos tres históricos relatos de este acontecimiento tan
determinante en la vida de san Francisco
1.
Relato de Celano (2 Cel 10)
Ya cambiado perfectamente en su corazón, a punto de
cambiar también en su cuerpo, anda Francisco un día cerca de la iglesia de San
Damián, que estaba casi derruida y abandonada de todos. Entra en ella,
guiándole el Espíritu, a orar, se postra suplicante y devoto ante el crucifijo,
y, visitado con toques no acostumbrados en el alma, se reconoce luego distinto
de cuando había entrado. Y en este trance, la imagen de Cristo crucificado
-cosa nunca oída-, desplegando los labios, habla desde el cuadro a Francisco.
Llamándolo por su nombre: «Francisco -le dice-, vete, repara mi casa, que, como
ves, se viene del todo al suelo». Presa de temblor, Francisco se pasma y como
que pierde el sentido por lo que ha oído. Se apronta a obedecer, se reconcentra
todo él en la orden recibida.
2.
Relato de San Buenaventura (LM 2,1)
Salió un día Francisco al campo a meditar, y al pasear
junto a la iglesia de San Damián, cuya vetusta fábrica amenazaba ruina, entró
en ella -movido por el Espíritu- a hacer oración; y mientras oraba postrado
ante la imagen del Crucificado, de pronto se sintió inundado de una gran
consolación espiritual. Fijó sus ojos, arrasados en lágrimas, en la cruz del
Señor, y he aquí que oyó con sus oídos corporales una voz procedente de la
misma cruz que le dijo tres veces: «¡Francisco, vete y repara mi casa, que, como
ves, está a punto de arruinarse toda ella!» Quedó estremecido Francisco, pues
estaba solo en la iglesia, al percibir voz tan maravillosa, y, sintiendo en su
corazón el poder de la palabra divina, fue arrebatado en éxtasis. Vuelto en sí,
se dispone a obedecer, y concentra todo su esfuerzo en la decisión de reparar
materialmente la iglesia.
3.
Relato de los Tres Compañeros (TC 13)
A los pocos días, cuando se paseaba junto a la iglesia
de San Damián, percibió en espíritu que le decían que entrara a orar en ella.
Luego que entró se puso a orar fervorosamente ante una imagen del Crucificado,
que piadosa y benignamente le habló así: «Francisco, ¿no ves que mi casa se
derrumba? Anda, pues, y repárala». Y él, con gran temblor y estupor, contestó:
«De muy buena gana lo haré, Señor». Entendió que se le hablaba de aquella
iglesia de San Damián, que, por su vetusta antigüedad, amenazaba inminente
ruina. Con estas palabras fue lleno de tan gran gozo e iluminado de tanta
claridad, que sintió realmente en su alma que había sido Cristo crucificado el
que le había hablado.
ORACIÓN DE SAN FRANCISCO EN SAN DAMIÁN
Sumo, glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta
y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla
tu santo y verdadero mandamiento.
Departamento de Pastoral. Colegio Montpellier, Madrid.
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